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¿Como era viajar por la N-III?

¿Recuerdas como era viajar por la Nacional III? ¿Tienes recuerdos de aquella época en la que dicha carretera era tan transitada?

Echa un vistazo al vídeo que hemos encontrado de Castilla-La Mancha Media en el que aparecen varios testimonios de vecinos de nuestra localidad que recuerdan el transito que tenía dicha carretera y las anécdotas que todavía recuerdan a día de hoy.

A continuación puedes leer un poco más de historia sobre la Nacional III.

El 3 de diciembre de 1998, José María Aznar, por entonces presidente del Gobierno, cortó la cinta de la nueva A-3, a la que pomposamente se denominó Autovía del Este. Fueron necesarios más de 150.000 millones de pesetas y décadas de trabajos para anunciar, de una vez por todas, que Madrid y Valencia estaban a tres horas en coche.

Ese día murió también la Nacional III, más conocida en Madrid como la Carretera de Valencia. Con inicio en Vallecas, justo frente a las taquillas del estadio del Rayo, la N-III fue durante más de 30 años un nexo de unión entre madrileños y valencianos de 352 kilómetros. Tarancón, Motilla del Palancar o Requena se instalaron en el imaginario colectivo de dos ciudades que penaron juntas en las curvas de Contreras y aguantaron horas detrás de un camión al que era imposible adelantar hasta Buñol.

MOTILLA DEL PALANCAR

El de Motilla del Palancar es un caso singular. Situado a medio camino entre Madrid y Valencia -aunque en realidad está más cerca de Valencia-, Motilla fue durante varias décadas la parada obligada de veraneantes y empresarios del Levante. “Todo este tramo que atraviesa el pueblo”, dice Ginés, un vecino de Motilla, señalando la N-III, “estaba lleno de restaurantes y hoteles. Casi todos trabajábamos aquí como camareros, yo también. En verano había tal cola de coches -afirma- que los vecinos no podían atravesar la carretera y tenían que fingir discapacidades para que algún conductor pisase el freno.

El bar El Descanso es una institución de Motilla y la N-III. Ubicado originalmente en un edificio en forma de cuña, su fachada quedaba perfectamente expuesta a la entrada del pueblo para los conductores. “Paraban todos los días cientos de personas. Cientos. En aquel local cabía muy poca gente y, al ser muy antiguo, cualquier reforma implicaba rehacer la fachada y perder metros, porque no estaba en línea con las demás”, dice Julia, propietaria del bar El Nuevo Descanso.

EN UNA OCASIÓN, EL EXMINISTRO BONO SE REFIRIÓ A NAGARES COMO "UNA SETA EN MITAD DEL DESIERTO"

Su marido, Raimundo, es hijo de los dueños del antiguo Descanso. “Este local es mucho más espacioso, pero ahora ya no para nadie. ¡Ay, si lo hubiésemos tenido en los años setenta!”, lamenta Julia, que recuerda con nostalgia los años en los que Motilla vibraba cada verano. “Estaba todo lleno: el Descanso, el Hotel El Sol, el Muelas, los Tres Hermanos… Un día dejaron de pasar los coches y solo se quedaron los camiones, que no paran aquí, sino que siguen hasta Honrubia, solo hacen ruido y dejan humo”.

En 1998 se cerró el grifo del turismo y el Muelas y los Tres Hermanos quebraron. Varios talleres a pie de calzada tuvieron que dejarlo; los locales siguen ahí, vacíos, testigos de la bonanza de vecinos que tuvieron que marcharse. Pero Motilla no sucumbió como los pueblos de alrededor. Es más, con respecto a ese momento, el pueblo ha crecido en habitantes en torno al 15%. El milagro, en gran medida, proviene de lo que Julia llama “la fábrica de intermitencias” de Herminio Navalón. Este ilustre vecino, mecánico de profesión, comenzó en los setenta a instalar en los vehículos que reparaba un faro intermitente artesanal que, según dicen, funcionaba mejor que los de fábrica. Y algo de verdad habría, porque a los pocos años se convirtió en proveedor de intermitentes de Pegaso. Luego de Nissan. Más tarde, de Renault.

El Grupo Nagares, con Navalón al frente, no ha parado de crecer en ningún momento, pasando de la mecánica a la microelectrónica como si fuese un paso natural. Se atreven incluso con coches eléctricos. En una ocasión, el exministro Bono se refirió a Nagares como “una seta en mitad del desierto”. Por allí recuerdan la cita y se ríen, pero están orgullosos: el año pasado la multinacional alemana Mahle compró el grupo, que contaba con 400 trabajadores y 70 millones de facturación. Desde entonces, asegura Julia, están contentos, porque los alemanes están contratando a más gente del pueblo. “Te tengo que contar esto bajito, porque aquí en el bar está Navalón y le da vergüenza que se sepa en los medios y eso”, confiesa Julia, señalando a un vecino indistinguible de los demás que, no obstante, es más importante que una carretera nacional.

 

HOTEL CLARIDGE

El hotel Claridge, frente al embalse de Alarcón, es la joya de la N-III. Construido en 1969 por la empresa de autobuses Auto-Res, concesionaria exclusiva de la ruta entre Madrid y Valencia, el hotel fue un negocio boyante durante 30 años gracias a su ingeniosa concepción en dos unidades semiaisladas. Así, mientras que la parte frontal del edificio está diseñada a base de grandes salones y aparcamientos, como cualquier venta de carretera, en la parte posterior se agolpan las habitaciones, refugiadas del ruido, coronadas por un impresionante mirador de césped con piscina y vistas al embalse. O, lo que es lo mismo, los españolitos al frente y los turistas del norte de Europa al fondo.

Y, por si la mezcla de suecos y camioneros en la piscina no fuera suficientemente extravagante en pleno Cuenca, el Claridge es una mole de hormigón de estilo brutalista creada por Roberto Puig Álvarez con influencias de Le Corbusier. Para un ojo más profano, el Claridge emerge entre las colinas de Alarcón como un búnker soviético, o la cárcel de un futuro distópico, pero nunca como lo que es, un hotel rural.

El Claridge no cerraba nunca porque era, de largo, el negocio más rentable de la N-III. En su mejor época, durante los años setenta y comienzos de los ochenta, incluso de madrugada era fácil encontrar cientos de personas entrando y saliendo de sus salones, sostienen los vecinos de Alarcón. “Paraba un autobús, entraban 50; otro, 50 más… A veces te estabas tomando un café y tenías que salir corriendo porque te atropellaba la gente”, dicen en el pueblo. Contra la avalancha de pasajeros chocaba otra, esta de camareros, que en media hora tenía que preparar cientos de comidas y dejar los salones como una patena.

Muchos de ellos eran muchachos de Alarcón, el pueblo al otro lado del embalse. “La historia del hotel, y de los clientes sofisticados de Europa, es bonita, y supongo que ellos se la creerían, pero allí todos sabíamos que se vivía de los pasajeros de Auto-Res”, afirma un vecino que trabajó allí. “Pero los alemanes se iban allí”, dice señalando el castillo de Alarcón, en lo alto de un risco, donde hay un parador nacional. Con la llegada de los años noventa y los programas nacionales de fomento de los paradores, el Claridge fue quedando como una fonda para camioneros y viajeros curiosos.

LOS VECINOS DICEN QUE FUE EL MISMO DÍA QUE SE INAUGURÓ LA AUTOVÍA, EN DICIEMBRE DEL 1998. COMO SI DE UN ATAQUE BIOLÓGICO SE TRATASE, LOS CIENTOS DE TRABAJADORES DEL HOTEL ABANDONARON EL EDIFICIO DEJÁNDOLO TODO COMO ESTABA. NUNCA MÁS VOLVERÍA A ABRIR

Durante sus últimos años tuvo que rebajarse por dentro, ser un hotel de tres estrellas embutido en un traje de cinco, y vivir de lo que le surtía la carretera, que cada vez era menos. A finales de los noventa, con la apertura del tramo de la A-3 que complementa la N-III en Alarcón, el Claridge echó el cierre. Los vecinos dicen que fue el mismo día en que se inauguró la autovía, en diciembre de 1998. Como si de un ataque biológico se tratase, los cientos de trabajadores del hotel abandonaron el edificio dejándolo todo como estaba. Nunca más volvería a abrir.

Auto-Res, tras perder la exclusividad de la ruta, puso en venta el edificio, que aún hoy, abandonado, figura entre los 50 más emblemáticos de Castilla-La Mancha. Primero por 450 millones de pesetas y luego por 2,4 millones de euros. Nada. Auto-Res, hoy Grupo Avanza, no quiere acordarse del Claridge; saben que lo vendieron en 2007 y nada más han vuelto a saber. No conservan ni siquiera fotografías. Desde una de las agencias inmobiliarias que lo tuvieron en venta, con sede en Las Rozas, reconocen que les fue imposible colocarlo: “Es un edificio muy especial, un bombazo a la vista, que solo puede ser para un negocio de fiestas privadas o eventos. Tuvimos las negociaciones muy avanzadas para hacer allí una residencia de ancianos, pero finalmente no fructificaron. Es una construcción cara sobre un terreno muy barato, y esa es una mala ecuación”, detallan. La inmobiliaria cree que actualmente está en manos de un banco o un fondo de inversión que “lo compraría bastante barato”.

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Fuente: El Confidencial.